miércoles, 25 de mayo de 2016

Diálogo con mi Heladera

Cuento
(Cualquier parecido con la realidad solo es atribuible a la simple coincidencia)
Todos podemos ser estafados, todos podemos ser víctimas de los modernos piratas citadinos, más elegantes, más simpáticos, sin pata de palo ni loro en el hombro.
IMG_0745Llegaba semana santa, y si bien no soy de rituales, los recuerdos de mi familia haciendo ayuno invade y coloniza la zona de mi cerebro que decide sobre esas cosas; ergo…ayuno y abstinencia…en fin.
No sé mucho de ayunos y menos de abstinencia (que no tengo claro de que abstinencia hay que hacer uso, que si para a abstenerme no hace falta que llegue semana santa). Si sé que no se debe comer cierto tipo de carne, y acudir preferentemente a las verduras, y que el pollo o el pescado estarían permitidos, creo yo que es eso, o al menos lo creía mi madre.
Consciente de mis deberes religiosos para la cuaresma, me fui al supermercado y espere mi turno pacientemente a que me atendieran, y como estaba decidido a no reparar en gastos no me asombró la rueda que se formó a mi alrededor cuando pedí sueltito de cuerpo un kilogramo de salmón, como quien apuesta todo en punto y banca…, claro, para pedir esto tuve que renunciar a una excursión “all included” a las cataratas.
Contentísimo con mi salmón, algunos sombreros de manto de calamar y un par de truchas, pensando en las mil delicias para cocinar en esos días de recogimiento; marche a mi casa a los saltitos tratando de no dar importancia a la fortuna que había invertido en mi desventurada osadía religiosa,
Estaba esa tarde en la tarea de distribuir la adquisición en la heladera, tratando de organizar mi pantagruélica travesía, cuando un extraño ruido comenzó a surgir de mi “no-frost”, como si alguien estuviera afilando un cuchillo sobre una piedra. Mi señora me había advertido ya días atrás que notaba que la parte inferior de la heladera no enfriaba bien y que debía observar eso, cuestión que en ese momento no le di mayor importancia. Para resumir: mi heladera se había plantado parcialmente, negándose a enfriar la parte inferior y congelando excesivamente la parte superior, que no sería mucho si no fuera que para hacer estas tareas básicas daba unos alaridos espectrales; y eso a minutos de largada de la semana santa, época en la que no queda una bendita alma en Bs As y menos una que entienda algo de problemas de enfriamiento.
Como el astuto lector habrá comprendido, tenía que lidiar entre usar la parte superior del artefacto con las consecuencias previsibles, aunque salvadoras de momento aguantando el chirrido fantasmagórico, o ver escabullirse mi fortuna alimenticia y religiosa, lenta e implacablemente. Debo aclarar que las medidas tradicionales de usar la heladera de otra persona no las puede llevar a cabo dado que mi edificio quedó desierto, mis hijos se fueron de viaje y me daba cosa llevárselas al chino de bajo, que por otra parte, y no creo que por espiritualidad, también había cerrado.
Por algo que no entiendo bien de mi, pero que me hacia hablar con seres inanimados muchas veces (confiese el lector si alguna vez no insulto a algún aparato cuando no funcionaba debidamente, o no le dio un ejemplificador puñete).., me impulso a insultarle y a darle una colosal patada en la parte baja a mi incompetente refrigerador, que me dejó un dedo del pie amoratado; y le hice una serie de amenazas en idioma conocido, e irreproducibles por pudor en este relato, sin que al aparato le importase demasiado, o al menos lo entendí así, dado que no replico nada ese momento.
Como podrán comprender, los insumos alimenticios planificados para unos cuantos días, más allá de semana santa, me los tendría que deglutir más que rápidamente, quitándome la posibilidad de obediencia religiosa, y de placer gastronómico; y eso siempre y cuando no capitulase también la parte superior del  impiadoso esperpento blanco.
Esa noche, luego de rumiar bastante y de comprobar que nadie acudiría en mi auxilio; me apersoné (como dice la policía) frente al refrigerador y hablándole bajito le solté algunas frases , que si no puedes con el enemigo mejor te le unes, y como pidiendo disculpas por mis insultos desafortunados; comencé a preguntarle sobre que le pasaba, que problema tenia para chirriar así y no devolverme el frio que el consumo de energía me garantizaba, y si podía hacer algo de momento.  Podrán pensar que estaba loco, que las heladeras no tienen sentimientos, pero en definitiva que me costaba si ya la batalla estaba perdida.
La idea vino como el maná, milagrosamente: sin saber mucho porque, desconecte la heladera, después apretuje toda mi fortuna marina en el freezer que tenía bastante hielo y decidí jugármela.
¿Se me había ocurrido a mi o mi heladera le mandaba mensajes a mi mente?
Al día siguiente conecte el equipo nuevamente, que arrancó como un Stradivarius, dando muestras de frio por acá, y también abajo, cosa e’ mandinga, frente a las cuales no hay nada que hacer ni decir que para eso está la fe.
Pero luego de dos noches todo volvió a su punto original: el congelamiento arriba, el nada de nada por abajo y el chirrido lastimoso como marco musical acompañando la escena; por lo que volvimos a ejecutar el único plan eficaz que poseía, esperando el día lunes y la vuelta al hogar de los sabios del frio.
Conseguir que alguien viniera a ver mi heladera fue más difícil de lograr que un turno para ver La última Cena, pero finalmente de una empresa reconocida me mandaron para mi tranquilidad, un sabelotodo del tema. El hombre, luego de observar con aire suficiencia, me hizo un relato similar a la historia del Big Bang y su secuencia inflacionaria, concluyendo que debía cambiar la plaqueta de no sé qué, que no había en el país, por eso de los problemas de importación ¿vio?, pero que él seguramente encontraría alguna por ahí, pero que valía algo así como….una suma sideral;  pero que me dice —replique— si la heladera esa nueva no vale más que ese artefacto, que yo no quería convertirme en accionista de la firma, sino simplemente que mi heladera marchase como Dios indica, cosa que no hizo que mi interlocutor cambiase su indiferente tono.
Obviamente salí a la calle en busca de una heladera nueva, pero no había igual que la mía y las que había no entraban en el lugar que disponía para ella o eran mucho más pequeñas, que ni para poner una soda servían, y ni hablemos del precio.
Allí hice un esfuerzo intelectual de notable envergadura y similar a lo de Einstein próximo a descubrir la teoría de la relatividad especial. Si dejándola toda la noche duraba dos días funcionando más o menos, si la dejaba dos días tendría que funcionar bien más o menos…unos cuatro días…más o menos. Que brillante dirán ustedes y claro, es lo menos que pueden esperar de mí.
Decidí hacer eso, pero eso y más hice. La deje desconectada un día entero, al siguiente destornillador en mano y con muchos ¿aha? en la boca, y sin saber bien que buscaba, fui desarmando parte superior de la heladera, que muy difícil que digamos no es, pero no por eso no es meritorio. Deberán creerme que no dejé de hablarle a mi heladera como si de un ser vivo y encaprichado se tratara, como buscando la respuesta escondida dentro de ese blanco cajón. Ahí me encontré que toda la parte…este, bueno esa parte que no se bien como se llama estaba cubierta de un hielo opaco y duro como cascote…me dije que ese era el motivo de mis males, para luego, secador en mano, con infinita paciencia le di como “Pacheco as tortas”, cosa que llevó bastante tiempo.
Después de esa labor, algo en mi mente me decía que debía limpiar el drenaje posterior, cuestión que realice tomando un inflador de bicicletas, di vuelta al aparato, le aplique la manguera al tubo de descarga y procedí a arrojar aire por ese conducto sin saber claro esta porque, más allá de mi intuición o de algunas respuestas de la heladera a mi mente que más me parecieron insultos. Que porque se tenía que ofender si en última instancia la estaba aliviando de sus males…
Ahora lleva mi heladera dos meses sin queja y cumpliendo sobradamente la razón de su existencia, no sé bien si porque deshelarla hasta su íntima esencia era la respuesta o por no tener que someterse más a mis eficientes y saludables enemas aéreos.
Moraleja: Si las cosas han de suceder, lo hacen en el momento inoportuno, el día inadecuado, la hora más incómoda, y en el lugar menos accesible (San Murphy dixit)

Finalmente amigo; antes de golpear, insultar a su heladera o cambiarle su plaqueta, hágame caso, háblele amablemente… ¿por ahí?…quien le dice

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