Una joven de no más de 20
años ingresó al coche del subte de la línea D, a las 17:30 ms. Llevaba una
criatura de meses en brazos. Nadie dio importancia al asunto y nadie en ese
momento hizo lugar para que la joven pudiera desplazarse. Otra joven advierte la
escena, se levanta como empujada por un resorte y la invita a ocupar su asiento;
otras dos mujeres también jóvenes se habían levantado casi simultáneamente a la
primera. Los caballeros de todas las edades, ni mutis por el
foro.
Viajo infrecuentemente en el subterráneo de la ciudad de Buenos
Aires, y cada vez que lo hago observo con atención el fenómeno del
comportamiento humano que no deja de sorprenderme; y uno de ellos en particular,
es el de la “caballerosidad” de las mujeres.
El subterráneo debe ser el medio de transporte más eficaz en
las grandes ciudades, y en Buenos Aires no es diferente, por que a mi criterio
es sumamente rápido, ágil y barato; aunque tiene el inconveniente de que por
esta razón y otras, siempre esta atestado de gente.
Los usuarios, jóvenes en su gran mayoría, se despliegan en los
espacios limitados, como pueden, y estén donde estén se sumergen en su
Smartphone con gran habilidad, ignorando el universo inmediato que lo acompaña.
En general la indiferencia por el transitorio compañero de viaje se nota con
claridad, y ese submundo urbano en movimiento no hace más que repetir allí
abajo, las costumbres o la cultura de una ciudad compleja y agobiada. Los
hombres, en general, no se mosquean ni ceden su lugar ante la presencia de
alguien que necesita viajar sentado por las razones que fueran. Yo fiel a mis
ancestrales y bien adoquinadas costumbres, y a la educación recibida, cedo mi
asiento ante mujeres, o personas mayores, y obviamente ante toda persona que
necesite de mi solidaridad, no me cabe en la cabeza (por ejemplo) una mujer
parada frente a mi y yo sentado; aunque confieso que por hacerlo me he sentido
como una especie de Neanderthal en un mundo de Homo Sapiens.
Las mujeres en general, y en particular
las mas jóvenes son las que aún reaccionan ante la necesidad de los demás,
y es repetitivo y notorio, tanto que me hace pensar que lo que he visto no es
una singularidad sino algo instalado y estructural. Sin dudarlo son las primeras
que se levantan y ceden su asiento cuando alguien mayor, o mujeres con bebes o
criaturas a cuestas, o personas con discapacidad, aparece en el vagón. Los
hombres, refiriéndome con ello a los varones, parece que han sufrido un
retroceso cultural y social que los ha hecho impermeables a estas tan buenas
costumbres.
No me he metido por no ser tema de este capitulo a el
tratamiento denigrante de algunos hombres sobre las mujeres, como el acoso, el
roce, el vulgarmente conocido roce, denominado por las voces populares como
“apoyo”, llevándolos además a un primitivismo desconocido.
Muchachos…¿que les ha pasado?; que tren atropello su humanidad.
“El mundo esta cambiando, y cambiara más” cantaban Los Iracundos, y ese cambio
es dulce y amargo; a veces mas amargo que dulce. Me entristece que los hombres
hayan perdido sensibilidad, solidaridad ante el menos posibilitado y también por
que no decirlo, que no queden restos en ellos de delicadeza y elegancia que
demás no esta.