martes, 29 de septiembre de 2015

POSTALES

En el parque un domingo a la hora del crepúsculo

12047300_10206814545953992_227945031_nCaminar sin un destino, casi sin pensar en donde recalar, en donde detenerme para poder aspirar todo ese aire perfumado por los eucaliptos. La quietud invita a la quietud y todos los viajeros de esa nave que se llama domingo se suman a ella; convidados al banquete de la tarde, de aromas extraños de brisa fresca y de arboleda.

La luz languidece poco a poco, y el canto de los pájaros se va espaciando. Aún reverberan los gritos de algunos niños y el murmullo de las charlas de los que han decidido disfrutar la placidez hasta muy avanzada la tarde. Las sombras se alargan y van cubriendo con un delicado manto el gran predio. En pequeños grupos algunos visitantes se van retirando llevándose tras de si su bullicio y su parloteo; se retiran de esa magnífica tarde de primavera, de ese trozo de paraíso calmo, inserto en la jungla de cemento y ruido.

Un grupo de jóvenes mujeres toman una pelota de futbol, forman un círculo y comienzan a patearla, y lo hacen bien, joder, y patean la pelota de la una a la otra y ríen, si claro, mujeres jóvenes jugando al futbol en la oración del domingo, es algo al menos extraño, y vale la pena reírse. El golpe del pie sobre el balón le da un sonido sordo y penetrante e identifica a la ejecutora, que más que verla se la adivina.

El cielo, hace instantes rojizo, ahora es de una tonalidad lila oscuro, y esa luz postrera que deja el día languidece calmadamente para dejar paso a las estrellas, que más visibles cada vez, quedan como testigos finales del día que se fue y promesa silenciosa de que otro vendrá para nuestra alegría.

De la jornada solo quedan algunos caminantes a lo lejos, y quizás oiga el melancólico acordeón de la escena final y de la despedida que deja solitario al lugar.

Me resisto a retirarme como si el final no hubiera llegado aún; como si hubiera en algún lugar una escena por venir, pero no sucede y me siento como en aquel desierto de los tártaros que alguna vez leí conmovido, esperando algo que no sucederá porque lo único que sucede es solo eso, la espera.

Me levanto resignado para alejarme del prodigio y camino lentamente hacia la gran avenida que me devorará sin piedad, sin melancolía y sin espera.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por tu opinión, es importante para mi.

CUENTOS PARA SER CONTADOS: LA GALLEGA

La Gallega (O la Santa María) Raúl Simoncini Relato —Así como lo cuento —dijo el viejo limpiándose las manos en su camisa y después tomar un...