Las noticias: Crónica de una desaparición
(Ficción, tal vez)
La familia había desaparecido; sin dejar ningún rastro.
Primero apareció la noticia con el típico anticipo a toda orquesta, y en rojo vivo. En el noticiero, el toque de trompetas anticipaba que algo grande había sucedido, y lo anunciaban con gran despliegue de sonoridad y color.
Una familia, formada por cuatro personas; un matrimonio con dos hijos menores; había iniciado un viaje en ocasión de disponer unos días de vacaciones y se dirigían desde su casa cita en una ciudad de la Provincia de Buenos Aires, con destino a la provincia de Córdoba, previa visita a algunos familiares para hacer noche en Rosario. No había llegado a Rosario y sus familiares luego de un tiempo prudencial de espera dieron la voz de alarma.
El conductor del programa; agregando más elixir dramático a lo ya naturalmente dramático, había dado la noticia con gran solemnidad, un poco de exaltación y creo yo que algo de sadismo expreso.
Los policías entrevistados con su lenguaje formal y repetitivo que aleja a los seres vivos de la realidad y lo transforman en entes impersonales, habían repetido la fórmula: “Una familia formada por cuatro personas ha desaparecido en circunstancias….policía se hizo presente en lugar… se procede a realizar las tareas pertinentes… tramita la causa el fiscal, y el juez…nada más que agregar… a efecto de no intervenir con el secreto sumarial…”
Luego de varios días de afanosa búsqueda, la policía aseguraba que habiendo rastreado concienzudamente la ruta escogida por la familia desaparecida, según informes brindados por familiares y amigos, no habían encontrado rastros de ningún tipo.
Se hicieron investigaciones sesudas sobre el perfil psicológico del padre de la familia, luego de su esposa, y comenzaron las especulaciones más sórdidas; y hasta algún vecino refirió que la esposa podría tener un amante y que daba por cierto el rumor de que el padre la había descubierto.
Un periodista especializado había agregado que tenían información de que el jefe de la familia, el padre, habría comprado una pistola de grueso calibre antes de partir; otro aseguraba que la cámara que había registrado la foto en un par de peajes mostraba a la esposa con cara de terror como queriendo decir algo, que hasta algunos aseguraban que estaba pidiendo auxilio; y otros vieron en el rostro del hombre con la ira reflejada y la decisión homicida.
En los distintos medios se aventuraba la hipótesis de un crimen pasional se estaba por descubrir, y hasta tenían el móvil, los perfiles psicológicos de todos y de cada uno de los miembros de la familia la manera, el arma utilizada, o a utilizar.
Una marquesina enorme de intelectuales y expertos fueron consultados y llenó casi todos los espacios periodísticos. Cientos de pensadores, criminólogos, sociólogos, psiquiatras, políticos, etc. todos con razonamientos muy sesudos aparecieron en escena, volcando opinión sobre lo que se consideraba una tragedia en ciernes o inminente, y que luego de la certera deducción, solo se esperaba la certera comprobación.
La madre del padre de familia, única defensora, aseguró en era una familia normal que tomaba vacaciones; y todos la miraban socarronamente desde lo más alto del pulpito de los entrevistadores, duchos en estas faenas, con grandes habilidades para detectar la mentira.
Todo el país es vilo, todo el país atento.
El patíbulo había sido levantado. en el centro de las conciencias vigorosamente construidas con duros adoquines de moral.
Luego de varios días de angustiosa espera; la familia fue encontrada.
Habían tenido un horrible accidente, quedando el auto a metros de la ruta, cubierto por los árboles y el yuyal, todos habían muerto. Si, Había sido un accidente…
Después de tamaño papelón…
Nadie se disculpó.
Nadie.
Nadie pidió perdón
Nadie.
Ni la policía por su impericia para rastrearlos, ni los periodistas por sus atrevidas y obscenas afirmaciones, ni los expertos, ni los vecinos, ni lo televidentes, tanto los sensatos por su inocencia como los prejuiciosos, que tienden a aferrarse y asegurar placenteramente la peor calamidad. Todo fue olvidado en cuestión de segundos.
El homicidio era noticia, el accidente algo menos, mucho menos.
El patíbulo fue desarmado sigilosamente, sin color, sin ruido y sin pompa.
Yo me quedé congelado cuando descubrieron el accidente; porque había pensado tal cual los demás, tal cual los periodistas, tal cual los expertos, tal cual los televidentes; según el procedimiento habitual, puntillosamente malicioso.
Me imaginaba a mí mismo desapareciendo tras un accidente con mi mujer y mis hijos, y una comunidad analizando entonces mi vida, y las razones para desaparecer, según los juicios más sesudos. Me imagino si le ocurriese a alguno de mis amigos, que tienen la vida bastante enredada.
La familia del relato había sido vilipendiada durante varios días. Mi angustia me sobrevino al descubrirme, por lo que pensaba y por lo que esperaba. Aún me dura esa perturbación.